Trabajando con un texto de la
asignatura de “Desarrollo para la igualdad y la diversidad” me encontré un
fragmento que tenía relación con la educación de adultos. Para encuadrarnos un
poquito, lo que se decía previamente en el documento es que una vez nacido un
bebé, necesariamente sexuado, un nuevo mecanismo aparece de inmediato: la
reflexividad humana, es decir, la capacidad de reflexionar sobre la información
que nos llega de los diferentes sentidos, nutriéndose esta de los sistemas de
creencias sociales con los cuales, a su vez, está en permanente interacción.
Después de esto leí:
El
modelo biopsicosocial establece también, en contra de algunas creencias todavía
hoy vigentes, que la evolución, el desarrollo o el aprendizaje ocurren a lo
largo de toda la vida, no siendo cierto que estos acaben en la adolescencia o
en la edad adulta, con lo que aparece la segunda mitad de la vida como una
etapa, en el mejor de los casos, de puro mantenimiento de lo aprendido, para
entrar después, con la vejez, en la fase de la dependencia o declive.
Fernández
Sánchez, J. (2004). Psicología y género.
Cap. 2: Perspectiva evolutiva: identidades y desarrollos de comportamientos
según el género.
Ese fragmento me recordó a los textos
que había leído para las EPDs de esta asignatura de Sarrarte y Pérez de Guzmán y
Pérez Serrano.
A modo de recorrido, decir que en
el siglo XXI, la necesidad de insertar los principios del aprendizaje a lo
largo de toda la vida en la educación y en políticas de desarrollo más amplias
asume un carácter más urgente que nunca antes. Estos principios, si se
implementan sistemáticamente, podrán contribuir al establecimiento de
sociedades más justas y equitativas.
Mientras que en la segunda mitad del
siglo XX se partía de una educación definitiva con actualizaciones permanentes
de los conocimientos, en el siglo XXI las exigencias son mayores. La irrupción
de las tecnologías digitales en la sociedad exige la formación de la ciudadanía
como un proceso educativo inacabado que se extiende durante toda su vida.
Las tecnologías digitales provocan
nuevas formas de apropiación de la realidad donde el conocimiento no es eterno,
cerrado e inamovible, sino caduco, abierto y cambiante. No existen verdades
absolutas y hay que estar abiertos a nuevas interpretaciones simultáneas de la
realidad, lo que podremos controlar si hemos sido alfabetizados digitalmente y
si mantenemos una «Educación a lo Largo de Toda la Vida», abarcando este el aprendizaje en todas las edades y modalidades: formal, no formal e informal.
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